SOLO


    Hace un tiempo que pasea solo. Da una vuelta a la manzana. Cuando se siente con más ganas y le sobran minutos se aventura una manzana más. 
    Las manos a la espalda, cruzados los dedos sobre algún trocito de papel que ha doblado mil veces y que aprieta con las uñas. Antes, cuando los paseos eran más largos y llegaban a sentarse al parque, cortaba alguna hoja de un seto verde perenne y ella le recriminaba a la vuelta que siempre llevaba las huellas de los dedos sucias. Y él se encogía de hombros.
   Hace un tiempo que pasea solo y en su lento caminar va observándolo todo. Se detiene a leer las ofertas de la carnicería nueva y le sorprenden la de platos que ya se venden medio hechos. Mira dentro de los bares de barrio, estrechos, sin apenas más sillas que las que permiten apoyar codos y vidas cansadas en la barra. No se permite ni una pinta. Que se conoce.
    Algunas mañanas se encuentra a un vecino de antes, de cuando en el barrio se llevaba eso de hablar con el vecindario y se comentaban las noticias y los trabajos y se celebraban victorias de equipos e hijos que por fin se habían colocado bien y casado mejor. Si sale por las tardes, no suele tener tanta suerte y entonces el paseo es consigo mismo, rumiando sus cosas o canturreando alguna canción de sus tiempos mozos.
   
En el quiosco de la esquina se para un poco más y se acerca al escaparate   de las revistas esas que a ella le gustan. No lleva las gafas de cerca. Lee despacio los titulares e intenta recordar casamientos y divorcios, el color de un traje o cómo ha engordado la presentadora de las tardes. Con el café, los dos ante la televisión, mezclará matrimonios y gorduras y ella se volverá a reír con su despiste.
   Hace un tiempo que pasea solo. 

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