Cuatro datos y un relato
Un ejercicio narrativo: cuatro datos biográficos y a escribir. La suerte de esos datos fueron los que aparecen a continuación. El relato aquí sigue.
DATOS DE UNA BIOGRAFÍA
Sexo y lugar: mujer, Galicia.
Época: años 60
Características físicas:
tuerta.
Características psicológicas:
desconfiada.
Siempre contaba la
abuela Maruxa que ella había nacido gracias a que había arreciado la tormenta y
su madre odiaba los truenos, así que viendo que la cosa se ponía fea y que las
meigas llegaban cabalgando relámpagos, había empujado con tanta fuerza que la
niña había salido en un momento, al son de las campanadas de la iglesia de
Santa María A Nova y de los gritos de una madre agotada. La abuela pronto había
echado a un lado a la comadrona, que siendo de Muros poco iba a saber de recién
nacidos y de partos, habiendo como había mujeres en Noia bastante más
preparadas, y la había arropado con una
manta tejida al amor de la lumbre y en noches de vigilia esperando la luz del
alba; y lo primero que la pequeña había oído eran sus palabras: Carmiña, que
ben feitiña, la mais xeitosa…
Tenía tres meses
cuando la conoció su padre. En brazos de la madre, cansada y ojerosa porque la
niña no dormía de tirón, lo recibió en el puerto de Testal y desde ese mismo
momento aquel hombre curtido de mar no volvió a mirar para ella y casi tampoco
para la mujer, que después de paridas tres niñas, ya estaba cansado de criaturas
que no valían para echarse al mar.
ASí que Carmiña creció
correteando de la casa paterna, fría, oscura, silenciosa cuando los gritos de
la madre no la poblaban, a la casa de la abuela Maruxa, que siempre tenía un
fuego listo y una empanada de berberechos con masa de maíz sobre la mesa de
mármol. Carmiña la saboreaba y subida a una banqueta de madera amasaba imitando
a la anciana. Cantaba a todas horas tonadas
marineras y saludaba a cada una de las mariscadoras de la cofradía, que la
vigilaban atentas mientras la pobre Uxía, la madre, doblaba el espinazo y
empujaba el caucho negro y el capacho con el calibre para medir un género, que
día sí y otro también, era escaso y mal pagado.
Tenía cinco años
cuando el padre se echó a la mar a pesar de las amenazas de mal tiempo, y una
galerna encaprichada con marinos y barcos de pesca se lo llevó para no
devolverlo. Los primeros recuerdos de Carmiña son de una madre de ojos enrojecidos
por noches en vela y un futuro incierto. Se acabó el sueldo que llegaba del mar
y las dos mayores, aún niñas para la vida pero no para las almejas, finas y
babosas, vieron cómo se les ataban a la cintura flotadores y canastos negros, y
cómo sus pieles se tornaban oscuras y curtidas por un sol que salía temprano y
quemaba rostros y esperanzas.
Maruxa, viuda del mar
como tantas otras, insistió con su hija, seca de carnes y lágrimas para que al
menos la pequeña, su Carmiña xeitosa e
agarimosa siguiera en la escuela y aunque Uxía ya no creía en futuros y sólo
veía el mañana "ruin como a fame", se dejaba llevar por una madre
lercha, que aún gobernaba con mano de hierro la vida de los suyos, aunque ya le
quedaran pocos, porque la mar había ido llevándoselos sin tregua.
Carmiña aprendió las
letras y creció leyendo las lápidas que se acumulaban en el cementerio de Santa
María A Nova, inventando vidas para aquellos que descansaban bajo dibujos de
gremios de zapateros, herreros, sastres y muchos marineros. Aprendió a llevar
una casa, a tejer redes y remendar
trapos, a amasar panes y empanadas, a limpiar pescado,bajo la tutela de aquella
mujer de negro y moño bajo a la que siempre vio vieja, aunque no lo fuera. Y un
día, al ver su reflejo en la ventana de una de las casonas de Noia, descubrió a
una mujer hermosa, llena de curvas, de sonrisa alegre, demasiado alegre para
una Galicia gris y asustada tras una guerra.
El verano de sus
dieciocho consiguió el permiso de madre y abuela para ir a Muros a la verbena
de la virgen marinera. Y en un solo baile de la orquesta perdió el sentido en
los ojos de agua de un marinero de manos recias, bigote fino y porte tan
chuliño que aunque en su cabeza resonaban todas las recomendaciones de las
mujeres de su familia, lo olvidó todo y
se abandonó. Si hubiera sabido que él había nacido en la calle Amargura, tan cerquita
de Peligros, en pleno barrio de A Cerca,
si hubiera intuido que era "un bo peixe",quizá hubiera
escapado; pero sólo vio un sueño de palabras zalameras y una casa en A Costa da
Morte donde traer niños con ojos de agua y tejer redes para corazones.
De nada sirvieron los
lamentos de una madre vieja y las lágrimas de una vieja madre. Recogió sus
cuatro cosas y emprendió camino hacia Muros, al encuentro de aquel hombre y
vivió un año de amor y sardinas. Pero a veces,
el hombre que vive en el mar, rodeado durante meses de agua y de marinos
de mirada ausente, se trastorna de mareas, de oleajes y traiciones y una vez
llega a tierra, pierde el norte y no entiende de razones, de amor, de la vida.
Una paliza, casi un aborto y la pérdida de un ojo. Y la Carmiña cantarina se
volvió muda.
Regresó sobre sus
pasos, ría adentro; y sin lloros, con un parche negro como su desconsuelo sobre
el ojo izquierdo y la desconfianza aferrada por siempre a su alma, abrió la
puerta de la casa de la abuela Maruxa. La pobre vieja lloró por ella, por la
niña que había confiado en la vida, por
su pasado y por su futuro, por sus hijas, por sus nietas y aquella criatura sin
padre y con una madre rota; y cuando se acabaron las lágrimas, la tomó del
brazo y caminaron a la cofradía. Allí, ante otras mujeres herederas de un
pasado oscuro y con olor a agua marina, le aconsejó la única vida que conocía,
de la que renegaba y a la que siempre su familia volvía.
Todos y cada uno de
los días desde finales de septiembre hasta marzo, Carmiña se levanta cuando
empieza a oscurecer. No le importa pasar a oscuras el día. Se viste de negro y
se cambia el parche, se recoge el pelo en un moño y camina hasta la factoría
donde limpia atunes que descargan los grandes barcos. Con el alba se acerca a
la playa. Arrastra un neumático y un capacho de plástico duro. Vacíos, ya
pesan, pero aunque ella es delgada tiene fuerza, la fuerza que da la rabia
cuando se enquista. Saluda con un gesto a sus hermanas de sangre y de faena,
pero habla poco, que si se les va la fuerza por la boca, no podrán marisquear
en condiciones. Se dobla tantas veces que a veces no recuerda cuál es su
posición correcta. Ya no le duelen las manos.
Cuando descansa
apoyada en el calibre echa una ojeada a la paya y ve cómo sobre una manta
tejida a cuatro manos juega Sabela vigilada por una Maruxa cada vez más vieja.
Sabela es una niña cantarina de ojos de agua.
Carmiña se vuelve y respira hondo mirando al
horizonte. No se ven nubes, pero en Galicia el tiempo cambia con rapidez y
allí, en Noia, durante años el puerto de Santiago, la lluvia siempre está
cerca.
Compartelo en FB, es la forma de que la gente conozca tu faceta de narradora además de la de lectora. Este ejercicio me gusto mucho. Un besín.
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