La Campera
Los sábados tocaba subir. Subir, porque la carretera serpenteaba y giraba mil veces siempre hacia arriba. Es curioso: creo que en aquel trayecto, a pesar de la frecuencia con la que me pasaba, nunca me mareé. Y dos o tres curvas eran y aún son , a pesar de los años y las perspectivas de adultos que acaban con todo recuerdo romántico, peliagudas. Unos metros de recta dejaban adivinar el final del viaje y el encuentro con ellas:las mujeres de mi familia paterna. Me rodean las mujeres fuertes. O más fuertes. Mujeres con vidas duras y pocas alegrías fáciles; mujeres que se curraron la felicidad a base de muchas lágrimas, viudedades y pérdidas tempranas de hijos, de padres, de apoyos. Mujeres que decidieron por sí mismas y se pusieron como peineta los qué dirán. Mujeres cansadas y menudas, llenas de sol del que abrasa cuando se trabaja desde el amanecer hasta que las piernas varicosas ya no aguantan más. ...